21 junio 2006

biografía no autorizada de un director de Hollywood (2)

El biógrafo de sus primeros años apenas puede separar los hechos de la mera leyenda. Nació en Delaware, Ohio, en 1906, pero estuvo implicado de inmediato en un robo de pañales y tuvo que abandonar el pueblo ala edad de un año. A los dieciséis, Vicente oyó decir que las gentes de Chicago estaban bailando la rumba y la machita y se dispuso a verlo con sus ojos. Chicago era entonces un pueblo fronterizo, lleno de cuatreros y desesperados, como Walter Huston que le tiraba tiros a Gary Cooper a través de las puertas de las cantinas. Mientras Minnelli bajaba por la calle real, su pañoleta verde al cuello y las manos en la cintura, mascando una galleta y silbando a la vez Cantando Bajo la Lluvia, sus ojos eran del tamaño de un plato. No soñaba entonces que un día inventaría la electricidad y que representaría a su país en la coronación de la Reina Victoria. Viendo a un rapaz, cuya caja de trabajo, sucia pero llena de humor, indicaba que era un limpiabotas, Vicente le preguntó cortésmente dónde podría pasar la noche.

-En casa de Sumadre - dijo el niño, refiriéndose a Ramón Sumadre, el posadero local. Pero Vicente entendió o quiso entender otra cosa y por poco se enfrasca en una trifulca que la habría sido, inevitablemente, fatal. Lo impidió la intervención de la vieja Brígida, vendedora de manzanas en la isla de Trinidad, donde su nombre es sinónimo de náuseas. Ella lo condujo por el buen camino. No había aún doblado la esquina, cuando un caballo espantado que tiraba de una volanta que llevaba a una hermosa joven que vestía enjoyada, apareció ante sí. Después de algunas especulaciones sobre las recompensas posibles, Vicente se abalanzó sobre el piafante potro y muy pronto fue revolcado por el suelo. Pasó varios días curando con melancolía sus doloridas costillas y finalmente, confrontado por las pocas oportunidades que tiene un entrenador de perros fuera de training, decidió humillarse y aceptó un trabajo.

Como ayudante del fotógrafo de un estudio de fotos para el teatro, el joven concluyó que los disfraces comidos de polillas en que hacía posar a varias actrices y otros tantos actores, eran atroces, y pronto comenzó a dibujar (con el mocho de mi Mirado ganado en un concurso de oratoria). Sus patronos todavía se emocionan ante el recuerdo de uno de estos primeros dibujos, un plano de la situación de la caja fuerte, que Vicente, en un descuido, había olvidado en un bolsillo de su chaqueta de pana. Poco después el artista del lápiz Mirado decidió dar otro golpe. Se fue a la oficina de Balaban and Katz, cuyos nombres siempre le encantaron como un redoble de tambor batiente, y les sugirió la idea de que le permitieran diseñar nuevos trajes, mejor que alquilarlos de uso. Balaban and Katz eran, por ese entonces, los más grandes productores de shows de medio pelo del mundo y quedaron fulminados por la audacia del muchacho.

- ¡pero no es más que un artista adolescente! – dijo Balaban de un grito cuando Katz le propuso aquella oferta

- Hagámoslo más viejo añadiendo unas cuantas enes a su nombre y apellido – dijo Katz, con ese acento del estado de coma que tanto le gusta afectar. “¿Mi apellido? Tú estás loco”, iban a decir Vicente y otros veinte Minnellis, pero se quedaron callados, y en el tumulto y la refriega se encontró contratado. Cuando Balaban and Katz, que nunca hacen nada separados, se agenciaron en Teatro Paramount, de Nueva York, con ellos vino su protegido a encargarse del vestuario.

En unas semanas Minnelli estaba diseñando no sólo trajes, sino decorados y hasta uno que otro lunar en la espalda de una corista de moda. Fue entones que las sesudas novelas de Restif de la Bretonne y las obras filosóficas del Marqués de Sade le crearon la nostalgia de París. A punto de partir a estudiar pintura a los pies de Claude Monet, Minnelli fue llamado a diseñar La Dubarry para la gran Grace Moore. La oportunidad de diseñar La Dubarry para la gran Grace Moore no se le presentaría, tal vez, dos veces en la vida, y decidió aceptar. En los siguientes cuatro años hizo un show semanal para el music-hall y luego, comido por el ocio, diseñó los decorados de otras veinte obras de teatro. Este último espectáculo atrajo la atención de un escogido grupo de soñadores e idealistas visionarios llamados Paramount Pictures, y hoy Minnelli es uno de los directores más prometedores de Hollywood.

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